17 de septiembre de 2010.
Compañeras y compañeros:
Es un honor poder recordar en esta tribuna el 19 de septiembre de 1985, sin duda, la fecha más importante para la transformación política, social y urbana de la Ciudad de México después de 1968.
En 1985 los capitalinos vivimos el miedo, la incapacidad gubernamental, la oscuridad informativa, pero también la solidaridad, la organización de la gente, el nacimiento de la ciudadanía misma.
La reconstrucción de cerca de cien mil inmuebles que derrumbó o afectó el sismo cambió para siempre la fisonomía de la Ciudad de México.
Hace 25 años, el Distrito Federal vivía, junto con el país entero, la decadencia de un régimen político autoritario. El abuso, la corrupción, la represión, eran cosa de todos los días.
El terremoto, lo sabemos las generaciones que vivimos aquellos años, vino a sacudir la conciencia de los capitalinos.
La sorpresa, el temor, la ausencia de autoridad, sembraron una respuesta sin precedente ante la tragedia colectiva.
Los habitantes levantaron piedras para buscar sobrevivientes. Nunca supimos cuántas personas murieron. Hasta en 35 mil se han calculado.
Soldados y policías acordonaron la zona para evitar el pillaje, pero no para salvar vidas. En cambio, miles de voluntarios espontáneos, de todos los extractos sociales, de todas partes de la Ciudad, sacaban escombros en cubetas, con las manos, arriesgando su vida por gente desconocida.
Brigadistas improvisados habilitaban albergues y recolectaban ayuda; entregaban alimentos, ropa y cobijas, y distribuían agua a por lo menos 150 mil damnificados.
Ingenieros y arquitectos revisaron inmuebles o ayudaron a la demolición. Médicos y enfermeros previnieron epidemias, vacunaron, preservaron cadáveres, prestaron atención psicológica a las víctimas.
El gobierno de Miguel de la Madrid se paralizó ante la destrucción de la zona central de la Ciudad de México.
En cambio, la gente se organizó rápidamente y se hizo cargo de la emergencia. Llenó el vacío de poder y respondió con generosidad y entrega excepcional.
La respuesta ciudadana a la tragedia se convirtió en conciencia del poder ciudadano, del poder de la comunidad organizada.
En meses, la espontaneidad se transformó en un movimiento que logró la reconstrucción de 80 mil viviendas. Nunca más volvería a ser nada igual en nuestra vida social y política.
Había asambleas diariamente, por todos lados: en la Doctores, en Tlatelolco, en el Centro, en la Obrera, en Peralvillo, en la Morelos, en la Guerrero…
El 27 de septiembre, una semana después del temblor, más de 30 mil personas desfilaron en silencio, con tapabocas y cascos, hacia Los Pinos. Demandaban la expropiación de predios, créditos baratos, un programa de reconstrucción popular y la reinstalación de los servicios de agua y luz.
Diario hubo protestas.
El gobierno publicó el primer decreto expropiatorio el 11 de octubre, a favor de más de 5 mil predios e inmuebles.
Un día después, el 12 de octubre, tres semanas después de la tragedia, Miguel De la Madrid recibió a un grupo de damnificados en Los Pinos. La gente le reclamó que faltaban muchos predios por expropiar.
Lejos de atender la demanda, el 21 de octubre, De la Madrid expidió un decreto rectificando las expropiaciones, para reducirlas a 4 mil 263.
El 24 de octubre, cerca de 40 organizaciones vecinales crearon la Coordinadora Única de Damnificados (CUD).
El gobierno no tenía un plan de reconstrucción. Fueron las organizaciones las que coordinaron el apolinamiento de inmuebles, el levantamiento de censos, la medición de predios, las demoliciones y hasta la propuesta arquitectónica de los nuevos inmuebles que tendrían que levantarse.
En mayo de 1986, el gobierno firmó con la CUD el Convenio de Concertación Democrática para la Reconstrucción. Por vez primera, se reconocía a ciudadanos organizados de manera independiente del gobierno como interlocutores.
En un primer momento, las organizaciones lograron el compromiso de construcción de 45 mil viviendas a favor de las familias afectadas a precios económicos.
Posteriormente, los damnificados no incluidos obligaron al gobierno a firmar la reconstrucción de otras 15 mil viviendas.
Además, la CUD consiguió canalizar ayuda nacional e internacional directa para edificar 20 mil viviendas más.
En síntesis, la Coordinadora Única de Damnificados logró el programa de renovación y construcción de vivienda más grande en nuestra historia.
Una de las consecuencias del temblor fue la pérdida del tradicional control del PRI, por su tardía respuesta y porque en medio de la tragedia, buscó controlar el apoyo para los afectados.
Por otro lado, nunca se fincaron responsabilidades a ningún funcionario del gobierno. Ni a los que otorgaron licencias de construcción de inmuebles casi nuevos que se cayeron ni a quienes los construyeron directamente.
Compañeras y compañeros:
Conmemorar el 19 de septiembre es guardar luto por los miles de capitalinos que murieron hace 25 años víctimas de la negligencia de quienes no se ocupaban de garantizar la seguridad en la construcción de los inmuebles de nuestra Ciudad.
Conmemorar el 19 de septiembre es, sin embargo, también celebrar la fraternidad de que nos sabemos capaces. Es ratificar que la solidaridad humana es el sentimiento natural y espontáneo ante la tragedia ajena y que su resultado sólo puede ser positivo para todos.
Conmemorar el 19 de septiembre es recordar que las calles de esta Ciudad son de la gente. Fue la movilización la que logró impedir que en medio de la miopía y mediocridad gubernamental se dotara de vivienda a quienes quedaron sin hogar.
Conmemorar el 19 de septiembre es recordar que la organización de la gente genera el poder real, el que da contenido a la democracia verdadera.
Por eso, conmemorar el 19 de septiembre es celebrar también los grandes cambios democráticos que siguieron a la tragedia: la creación de la Asamblea de Representantes, la elección de jefe de gobierno, la elección de jefes delegacionales, la transformación de esta Asamblea en Legislativa.
25 años después del terremoto del 19 de septiembre, debemos recordar que estas instituciones democráticas sólo tienen sentido si responden a los intereses populares, si van de la mano del quehacer de las organizaciones no gubernamentales, los grupos urbanos, las feministas, los ecologistas, las comunidades indígenas, los grupos gays, los jóvenes y los colectivos culturales.
Estas instituciones democráticas sólo tienen sentido si trabajan para las comunidades de barrios, colonias y pueblos de esta Ciudad; si asumen que no hay más habitantes sometidos y sumisos, sino ciudadanos con opiniones y derechos, con un profundo amor al prójimo.
Descansen en paz las víctimas del 19 de septiembre de 1985.
Viva la democracia del Distrito Federal.